Por Dore Ferriz
Hace dos décadas un rumor recorrió el mundo vinícola. La historia de una resurrección. Una uva que, como Cenicienta, que se levantó de los márgenes de la industria para convertirse en princesa. En Francia, su país de origen, fue aludida por su sabor áspero: Malbec, "mal pico" como su traducción lo indica. Pero en Argentina, encontró su zapatilla de cristal. Su "final feliz".
La cepa es originaria de Cahors en el sudeste francés. Pero se plantó en Burdeos, donde fue uva complementaria. Barata. Del vino popular. Reprimida. Se utilizaba para balancear la estructura de las uvas protagonistas. No le encontraron el gusto entre sus valles y colinas. El tiempo la difuminó de las mezclas vinícolas francesas, hasta el desempleo. Escasearon sus viñedos. Durante los trágicos años de la filoxera, hasta se consideró extinta.
La viticultura moderna se caracteriza por la selección. Así pues y por encargo del gobernador de la provincia de Mendoza, Tiburcio Benegas, Malbec fue introducida a la par de Cabernet y Merlot, por el profesor Michel Aimé Pouget en 1868. A pesar de su esencia bronca, el cultivo del Malbec se extendió con éxito hacia el "Nuevo Mundo".
Pouget confundió la clasificación de las cepas y mezcló las vides. Fue fácil para Malbec adaptarse y destacar. Durante muchos años al igual que en Francia, Malbec se consideró un vino popular. De pocas expectativas... del diario. Pero los enólogos de la época distinguieron su potencial. Encontraron el carácter y la personalidad que buscaban para crear un vino diferente en un mercado saturado de Cabernet y Merlot.
La altura y el clima de Los Andes se convirtieron en el "nirvana" de Malbec. El cambio de aires, cobró esperanza. Adquirió las características del terroir, diversificándolas según el clima y suelo de cultivo. Desarrolló un sabor arrebatador e intenso. La tenacidad de una fruta viva forjó un sabor interesante... más que "emboque", "desemboque" y su total disposición de tomar ventaja sobre las uvas más famosas.
Después de Malbec, el vino común argentino arrebató la cata. Se hizo presente. Atractivo. ¡Renació un vino! Los microclimas de Mendoza concibieron vinos de características intensas. La tierra y la vid gritaron independencia. Se redescubrió Malbec. Las cordilleras alzaron su vuelo de vuelta a sus primeras patrias. Esta vez, en forma de tinto. Francia se sorprendió. Superó las expectativas laicas de los paladares más exigentes y ganó mercado.
En burdeos aún se utiliza para mezclar su natal Cahors. Rivera del Duero la utiliza como base de mezclas o complemento. Algunos viñedos de Australia y Estados Unidos la ofrecen como varietal. En Baja California, es complemento en mezclas como "Gabriel", de Adobe Guadalupe. En Aguascalientes, la Hacienda las Letras, también la mezcla. En Querétaro es donde probablemente se ha usado más. Las condiciones son más parecidas a los valles argentinos.
La mayoría de los expertos internacionales coinciden en señalar al Malbec argentino, como el mejor del mundo. Las características que adquiere son sobresalientes al ser cultivada en este país. Las uvas maduran perfectamente. Los taninos son aterciopelados. Los aromas frescos y frutales, varían según la zona. Idiosincrasia en cada vino. En cada casa. En cada cosecha. A cada sorbo.
Malbec ha logrado vinos de gran expresión. Impregna Argentina. La escena mundial se enfoca en la gran estampa que le ha impreso. La uva encontró características ecológicas más propicias para su desarrollo en este país. Podríamos decir que sus primeras patrias son ahí... Donde se le ve con una mirada inteligente. Malbec es pensamiento, tierra, aire, agua... asado.
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